Por Juan Pablo Ojeda
La secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, salió hoy con una sonrisa que decía más que cualquier discurso: la reforma a la Ley General de Aguas, una de las cartas fuertes del gobierno de Claudia Sheinbaum, finalmente pasó por ambas cámaras del Congreso. Fue una victoria política que no llegó gratis. Hubo protestas de agricultores, discusiones que dividieron posturas y una sesión en la Cámara de Diputados que se extendió más de 24 horas, como esas maratones legislativas que solo detonan cuando hay mucho en juego.
Durante ‘La Mañanera del Pueblo’, Rodríguez aprovechó para agradecer públicamente a senadores y diputados por haber aprobado la iniciativa en una noche que, según quienes estuvieron ahí, se sintió más como una prueba de resistencia que como un debate ordinario. La funcionaria subrayó que la aprobación es un paso importante para ordenar el uso del agua en un país donde las sequías, la sobreexplotación y los conflictos por el líquido ya no son tema futuro, sino problemas del presente.
Detrás del discurso oficial hay un contexto más amplio: el gobierno federal empuja desde hace meses una política hídrica que busca cambiar la manera en que se otorgan concesiones, cómo se regula el consumo industrial y qué papel juegan las comunidades en la administración del recurso. Los agricultores, que ayer volvieron a plantarse afuera del Congreso, reclaman que la reforma podría afectar sus actividades productivas o complicar trámites que de por sí ya sienten cuesta arriba.
Aun con la tensión afuera y el debate encendido adentro, la reforma salió adelante. Para el gobierno, es una señal de que la llamada “agenda del agua” empieza a tomar forma. Para la oposición, es otro capítulo de un proceso que consideran apresurado. Y para Rosa Icela, es un triunfo que deja claro que, aunque haya ruido, la maquinaria legislativa todavía puede alinearse cuando el Ejecutivo lo necesita.
El siguiente paso será aterrizar la reglamentación y ver si la reforma logra lo que promete: equilibrar derechos, ordenar consumos y evitar que México entre en una crisis hídrica más profunda. Por ahora, la política hizo lo suyo entre desvelos, protestas y una votación que dejó marca.